Aesthetica y el paradigma moderno

Aesthetica, también estética, es el estudio filosófico de la belleza y el gusto. Está relacionada cercanamente a la filosofía del arte, la cual está ligada con la naturaleza del arte y los conceptos por los cuales cada obra de arte individual es interpretada y evaluada.

Roger Scruton

—Encyclopædia Brittanica

¿En qué momento consideramos la belleza como un aspecto moralmente malo? ¿Estamos en lo cierto al culpar únicamente a los establishments de la modernidad, a los líderes de la moral universal, o a la sociedad misma? ¿Es necesariamente una culpa, resultado de un juicio moral, la que debemos imponer ante otro juicio moral igual de injustificado o arcaico? Las respuestas a estas incógnitas suelen ser las que a lo largo de mi carrera he intentado descifrar.

Lamentablemente, ninguna institución —los supuestos culpables, si queremos llamarlos así— ha hecho más que fallarme al respecto. Si comenzamos a relatar de manera cronológica el momento en el que noté este juicio falaz e injustificado hacia la estética, debería comenzar antes de mi formación universitaria. Estaría cometiendo un error al decir que todo esto habría iniciado junto con ésta, como si mi experiencia previa a la universidad careciera de sentido lógico. Sin embargo, en mis años de adolescencia no hacía más que buscar la respuesta a estos interrogantes. Fue una vez a los quince años que, paseando por Recoleta y admirando los edificios de las embajadas me pregunté por primera vez ¿por qué ya no? Para contestarme de manera sombría y casi trágica con los edificios de la Avenida 9 de Julio, que me otorgaban una respuesta para nada de buen augurio: porque vinimos nosotros, y tenés que aceptarnos. Era casi como si el universo funcionara de aquella manera y nadie quisiera cambiarlo. La especulación inmobiliaria era el único culpable, el modernismo había llegado para romper años de tradición corrupta y vacía e instalarse como la nueva academia.

Pero mi formación universitaria fue más fatalista aun. Como si se tratara de un relato orwelliano, el siquiera considerar un lenguaje estético o una operación desligada de la modernidad era considerada objeto de burla. Y claro, ¿quién se atreve a hacer algo que ya no se hace hace 100 años? ¿Quién quiere seguir un lenguaje obsoleto? La traducción de dicha crítica era casi como si un economista propusiera volver al modelo agro-exportador o un diseñador de modas al corsé y el peinetón. Sin embargo, una verdad inevitable es que el lenguaje academicista siempre causó admiración. ¿Quiénes son los que sienten repulsión por este lenguaje? Nadie más ni nadie menos que los que pertenecen a las instituciones que fomentan la destrucción de la estética tradicional en pos de un progreso supuestamente igualitario y moderno.

Libertad+y+Arroyo1

Plazoleta Carlos Pellegrini, Buenos Aires. (circa 1910)

Y fue cuando en la clase de Historia y Crítica I, que mi profesor comenzó a atacar a la arquitectura estética y a admirar la ignominiosa frase de Adolf Loos, «el ornamento es delito», que no pude sentir más que repugnancia al respecto. Los argumentos, que luego aprendí no eran solo de mi profesor sino también de toda la comunidad académica nacional e internacional, eran que dicha arquitectura era antidemocrática, opresora, arcaica, irracional, discriminatoria y elitista. Como sabemos, argumentos totalmente carentes de una base racional per se. Aprendí luego que dichas características eran inevitablemente subjetivas y podían aplicarse ipso facto a toda obra arquitectónica, sin importar su lenguaje estético.

Es por ende válido deducir que la crítica moderna de la arquitectura se basa en un ataque sin más razón de ser que una lucha ególatra. Pero no quiero caer en simplezas, por lo que ejemplificaré. Tomemos como referente al dios supremo e incuestionable del modernismo: Charles-Édouard Jeanneret, también conocido como Le Corbusier. Un hombre perteneciente a la clase media-alta, que diseñó casas únicamente para privados de la élite europea y americana, y que sólo diseñó edificios públicos como parte de encargos gubernamentales. ¿Puede un arquitecto con dicho entorno pretender pertenecer a una modernidad disruptiva en temas democráticos o igualitarios? Quizás. Sin embargo, no lo logró. La obra de Le Corbusier, basada en su teoría industrialista (l’homme est une machine), ha demostrado provocar una segregación social y desigualdad a niveles altos (léase Brasilia). Le Corbusier falló en considerar que el hombre idealmente no era un ser discriminatorio en sí mismo, y es por esto que jamás le importó la lucha de clases que se dio durante el siglo XX ni mucho menos la integración social. Su lineamiento estético era falaz, pero sus ideas eran convincentes. Así es como la élite política lo eligió y sus ideas se convirtieron en un canon irreal que aun hoy seguimos repitiendo como un evangelio, aun cuando en el fondo sabemos que no funciona ni funcionará jamás. Y es esta actitud la que me hace pensar, si tanto la arquitectura académica como la corbuseriana era esencialmente elitista, ninguna de las dos logró solucionar temas de segregación social, ni el desplazamiento del academicismo por el modernismo tampoco supo corregir los errores que los intelectuales vieron y propusieron modificar con un industrialismo insensible; ¿por qué Le Corbusier es admirado y puesto en un pedestal, pero el resto de los arquitectos académicos son desechados?

Brasilia no solo no ha logrado mantener su función primigenia como ciudad capital de un país, sino que tampoco ha logrado adaptarse -tanto por su morfología urbana como por su falta de planificación estratégica inteligente- a la creciente desigualdad que se dio en Brasil en la segunda mitad del Siglo XX y el comienzo del nuevo milenio.

Podemos presentar una gran lista de argumentos sociológicos, tecnológicos, historiográficos y de cualquier otra disciplina que se nos ocurra para explicar el proceso que literalmente demolió al academicismo para reemplazarlo por una ideología vacía (pero «de buenas intenciones»), pero ningún argumento puede justificar el daño que ha sufrido la estética como consecuencia de este cambio de paradigma.

Estamos ante un debate que implica la deconstrucción de un modelo impuesto de manera violenta, y que se debe las interrogantes de si es necesaria una tela de juicio moral, si realmente la estética funciona como un obstáculo, o si las estéticas propuestas con el advenimiento del modernismo y su evolución son en realidad una consecuencia de la evolución misma de la sociedad. Entramos así a las interrogantes que claramente no tienen respuesta pero nunca están de más preguntar: ¿tenemos la estética que nos merecemos? ¿merecemos otra estética? ¿estamos preparados para un cambio de estética? ¿queremos cambiar de modelo estético? ¿nos queremos conformar con una sola estética hegemónica, aunque no cumpla con los requisitos que supuestamente debería tener? (entiéndase por requisitos a «democrática», «inclusiva», «llena de significado»). A mí me gustaría creer que la respuesta es no. Nos merecemos una estética que cumpla con las características que anhela la sociedad, y que no necesariamente tengan que cumplir con una moda establecida e impuesta por la fuerza. Merecemos un cambio de paradigma. Pero, lamentablemente, y siendo realistas, la sociedad no está lista para cambiar, o eso ha demostrado al atacar a todo arquitecto que se ha atrevido a desafiar el establishment (como Robert Venturi). Sin embargo, el debate no es inocuo ni mucho menos superfluo. Es por eso que pregunto ¿son las estéticas hegemónicas las adecuadas?

3 comentarios sobre “Aesthetica y el paradigma moderno

  1. Excelente. Comparto tu idea central. Imagínate que tengo la suerte de vivir en un edificio Art Deco de 1929; los detalles de los ornamentos me fascinaron desde el primer día que lo ví.
    Por favor, sigue escribiendo; será un placer leerte.

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