Aspectos optimistas del modernismo: cómo utilizarlo a nuestro favor

«Los arquitectos no se pueden permitir ya el sentirse intimidados por el lenguaje moral puritano de la arquitectura moderna ortodoxa. […] Una arquitectura de complejidad y contradicción tiene una obligación especial hacia el todo: su verdad debe estar en su totalidad o en las implicaciones de su totalidad. Debe comprender la unidad difícil de inclusión antes que la unidad fácil de exclusión. Más no es menos.»

—Robert Venturi. Complejidad y contradicción en la arquitectura (1966)

El modernismo no es esencialmente malo. Realizar un juicio moral —irracional— de su existencia es por sí caer en el mismo mecanismo que se utilizó para eliminar al academicismo y a los modernismos sensibles y estéticamente superiores de toda la disciplina. Pero entender sus errores nos hace comprender a su vez la existencia de aciertos. Estos aciertos no son necesariamente los que incesantemente escuchamos una y otra vez en Historia de la Arquitectura entre lamidas de botas a Le Corbusier, alabanzas a Mies van der Rohe y aleluyas a la Bauhaus. Nada más distante de la realidad. Los aciertos que se le reconocen al modernismo son justamente todos sus puntos débiles. Esto sucede porque el modernismo hegemónico es el racionalista y purista, justamente.

¿Cuál es la posición crítica que debemos tener hacia la estética modernista, entonces? La realidad es que jamás deberíamos desviar nuestra vista de una posición crítica pues ningún discurso está exento de ésta. Eliminar la crítica del modernismo fue uno de los mayores éxitos del racionalismo en su línea anti-estética. Como hemos dicho previamente, a los modernistas siempre les molestó la diversidad. Aun hoy, les molesta todo aquello que rompa la estructura estética a la que voluntariamente se someten. Lo distinto molesta, y es por eso que caen en la simpleza de criticar superficialmente y continuar construyendo cubos vidriados con curtain-wall. Es en la diversidad del diálogo estético que se puede construir una arquitectura esencialmente rica.

Pero el objetivo de este artículo va hacia otro lado. Considérese una continuación de Un punto de vista hacia dónde podría dirigirse la estética arquitectónico-urbana. Porque nosotros podemos realizar toda la crítica que queramos hacia el modernismo. La mayoría de los artículos de este blog se basan en ello. Pero, ¿hacia dónde vamos con eso? Porque la realidad es que estamos insertos en un post-modernismo del cual no podemos escapar tan fácilmente. Por eso, yo propongo cuatro operaciones a tomar en cuenta para capitalizar el modernismo a favor de la construcción de la estética.

Revisar las críticas hacia el modernismo estético

dsc_4679.jpgMusée des Instruments de musique de Bruxelles de Paul Saintenoy. © Juan I. Kinder

Toda crítica hacia los primeros movimientos vanguardistas, que por su diversidad estética producto de ser el desarrollo natural de las estéticas académicas, pasa justamente por su existencia per se. El Art Nouveau, el Art Decó, los regionalismos, los pintoresquismos, los revivals racionalistas, por mencionar algunas de las corrientes estéticas más relevantes de fines del siglo XIX y principios del siglo XX, son puestas en detrimento constante, tajante y duro por la hegemonía racionalista. Aunque el Art Decó haya propuesto una salida estética al racionalismo purista, sigue cometiendo el pecado inmoral de incluir ornamento. Aunque el Art Nouveau haya logrado un avance nunca antes visto en la explotación tecnológica de los materiales a través del moldeado del metal en figuras jamás antes vistas o la utilización en detalle de la piedra y el hormigón, sigue siendo un estilo totalmente naïf y adolescente que no logró desprenderse del sopor de la sensibilidad pictórica y visual para abrazar al frío racionalismo. Aunque los pintoresquismos hayan logrado la urbanización sensible de casi todos los suburbios y conurbanos americanos, encontrando una solución estética al problema de la vivienda, sigue siendo una postura nociva al modernismo solo porque no se consideran los cinco puntos de Le Corbusier en su concepción.

Si no entendemos que la crítica peyorativa que se le ha hecho a las vanguardias estéticas durante su concepción, auge, caída e incluso tras su entierro, es una crítica totalmente vacía de argumentos y basada en manifiestos moralistas de personas que jamás lograron consolidar una arquitectura admirable como para siquiera tener la autoridad de crítica, y que encima se encargaron casi como un objetivo titánico de remover todo tipo de patrimonio de estos estilos, entonces no estamos entendiendo el contexto de la crítica. Dicho contexto es un contexto proto-fascista, en el cual las libertades individuales no tienen lugar —porque todos los estilos tienen que responder a los mismos canones y a la misma lealtad al racionalismo— y la imposición hegemónica es totalitaria y anti-democrática.

Deconstruyendo la crítica hegemónica es que justamente podemos sacarnos la culpa moral de querer construir una arquitectura estética y sensible. Si no pasamos por esa evaluación intelectual, vamos a seguir perpetuando una y otra vez la misma dialéctica modernista, al igual que el resto de la producción universitaria y profesional actual.

Utilizar las nuevas maneras de habitar como configuradores programáticos

11558280565_a3268273a6_b.jpgHôtel Tassel de Victor Horta, Bruselas. ©ottavala

Si nos basamos en las evidencias empíricas de los avances tanto teóricos como prácticos en el proyecto arquitectónico y su programa, podríamos decir que el modernismo ha logrado efectivamente un desarrollo o un progreso significativamente positivo en la calidad de disponer de los espacios para moldear las maneras y modos de habitar de las personas. En parte, es mérito del modernismo. Por otra parte, es también una consecuencia natural de los cambios en las maneras de vivir de cada sociedad. Los distintos contextos se han apropiado del discurso modernista para adaptarlo a sus costumbres y necesidades. Sin embargo, es innegable que los cambios en los modos de habitar desarrollados durante todo el siglo XX tuvieron tanto influencia en el desarrollo de la arquitectura como viceversa.

Esto no quita que la estética no pueda formar parte del programa. Así como ya los primeros modernismos estéticos experimentaron con la distribución de habitaciones, los diálogos entre espacios servidos y de servicio, y la disposición de las circulaciones en contraste con el resto de las volumetrías (como se puede apreciar, por ejemplo, en la obra de Victor Horta); hoy en día se pueden utilizar estas operaciones programáticas independientemente del discurso anti-estético y aplicarlo a un nuevo mecanismo. La experimentación programática no es incompatible con la experimentación estética, a diferencia de lo que impone el discurso racionalista.

Aprovechar los recursos existentes

14591778721_c61c17d4e2_b.jpgBodegas Ysios, de Santiago Calatrava (1998-2001) en La Guardia, España. ©leuntje

La revolución industrial y el posterior desarrollo en el transcurso del siglo XX provocaron que, tecnológicamente, nos limitáramos a la producción automática y la consecuente automatización de la arquitectura. La mayoría de los recursos de construcción con los que contamos son pre-fabricados, y proponer la fabricación de piezas únicas o de un trabajo artesano implica necesariamente tener los recursos económicos para permitírselo. A efectos de la optimización de recursos, hoy en día es mucho más barato construir con materiales pre-fabricados. Esto provoca que los resultados estéticos sean deplorables y hasta caigan en la no-estética, como aducimos en Automatización o el futuro de la no-estética.

Este hecho no quita que no podamos ser capaces de capitalizar esta automatización a nuestro favor. La capacidad de potenciar la creatividad dentro de la experimentación estética depende de nosotros y de nuestra voluntad de desafiar a la simpleza proyectual y tecnológica que nos propone la automatización industrial. No es imposible utilizar materiales prefabricados para crear una arquitectura estéticamente sensible. Si se podía hacer durante fines del siglo XIX en pleno auge de la sistematización de la revolución industrial, ¿por qué ahora no?

Utilizar las características de la estética como potenciadores

dom-modern1.jpgMansión «Модерн» de Oleg Karlson en las afueras de Moscú, Rusia (2003-2009). ©

Si no utilizamos a la misma estética como un discurso que pueda potenciar o valorizar a la arquitectura estaríamos dándole la razón a Mies van der Rohe y todo su séquito de aduladores. ¿Cuál es el propósito de la estética? No es hacer cosas lindas a la vista de la gente, sino más que eso. Potenciar la estética no es únicamente crear una pura satisfacción visual o sensorial, quienes creen eso están cayendo en el método discursivo modernista.

Deconstruir el pensamiento racionalista del modernismo pasa por deconstruir el concepto de estética que la define como un componente banal y prescindible. Comprender a la estética como un órgano vital de la arquitectura es comprender el rol verdadero de la venustas en la composición armónica de un edificio, una casa, un pabellón o una estación de autobús. La potencia de la estética es una acción intelectual.

Potenciar la estética es utilizarla como los racionalistas utilizaron el minimalismo para imponerse hegemónicamente. Es entenderla como un discurso incluso político. Justamente su carácter político es en donde radica el miedo de los racionalistas hacia la estética, de allí su razón para eliminarla de la faz de la tierra e imponer la no-estética. Si no comprendemos el poder de la estética más allá de sus beneficios sensoriales, materiales, intelectuales, e incluso morales, estaríamos tergiversando su valor verdadero. Caeríamos en el mismo vacío que la anti-estética, dándole la razón al purismo. Pero si podemos evitarlo, ¿por qué no hacerlo?


A través de estas operaciones casi políticas es que la arquitectura puede transformarse efectivamente en una disciplina democrática e inclusiva. El modernismo se ha apropiado de este término para perpetuar operaciones totalitarias y segregar a toda disidencia existente. Nosotros también podemos apropiarnos de éste término, y con mayor razón, puesto que hablar de estética es hablar intrínsecamente de sensibilidad y respeto, valores que el modernismo no comprende ni ha sabido entender durante más de un siglo.

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