Respeto, solemnidad y conmemoración: la interpretación del monumento público

Se denomina monumento, del griego μνημόσυνον «mnemosynon» y del latín moneomonere (recordar, aconsejar, advertir), a toda estructura —edificio o escultura— erigida como un memorial. Se denomina asimismo a un marcador inscripto en una tumba; así como a algo venerado por su significancia histórica o asociación con un personaje u objeto notable.

American Heritage® Diccionario de la Lengua Inglesa. Quinta Edición.

Esta definición anglosajona de monumento es la más aceptada hoy en día a modo universal. La diferencia entre el significado evocativo a lo funerario y lo no funerario, si podemos distinguirlo así, se da en la evolución que dicho término ha tenido en el desarrollo social del monumento como tal. En épocas romanas y medievales, los monumentos eran tumbas y viceversa. La misma apropiación del lenguaje neoclásico a partir del declive del Renacimiento fue lo que incorporó la tipología del «monumento» como objeto memorial no solo de una persona y sus acciones, sino también de hechos históricos abstractos y personificación y/o materialización de sentimientos colectivos.

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Efigie de Marianne, representación alegórica de la República Francesa, en el monumento en la Place de la République de París

No es casualidad que durante el siglo XIX con el auge del movimiento Beaux-Arts y el positivismo científico la erección de monumentos fuera la principal herramienta de arquitectos y urbanistas para la confección del tejido urbano. Estos monumentos —léase el Monumento a Washington en el National Mall de Washington D.C. o la alegoría de la república en la Place de la République de París— concretaban y materializaban en el espacio público los ideales que reemplazaban al individualismo moderno de las monarquías absolutistas. Ya la estatua no era del Rey y sus glorias, ahora el protagonismo era de los ideales republicanos como la libertad, la democracia y la igualdad, los cuales tomaron la forma estética de las alegorías antiguas. Los monumentos fueron y son elementos claves de una ciudad para formar a la sociedad en su identidad y su memoria colectiva, y es por eso que los Estados se hicieron de ellos durante su formación y consolidación. Se podría decir que fueron herramientas de los gobiernos para establecer la identidad hegemónica de lo que serían de ahora en más los Estados modernos.

En nuestro país, por ejemplo, esto se vivencia ya en la misma erección de nuestro primer monumento patrio: la Pirámide de Mayo. Construida en 1811, conmemora el primer aniversario de la Revolución de Mayo. Quizá por la importancia del evento o por la corriente que expusimos antes es que se decidió materializar este hito histórico con un monumento, pero lo que no podemos dudar es que este obelisco —que no es pirámide— representa los ideales que los revolucionarios quisieron instaurar en el Río de la Plata. Salteando la guerra civil y el gobierno de Rosas, y concentrándonos en la formación del Estado argentino, esto se evidencia mucho más y de manera más evidente aun: la incorporación de monumentos en Buenos Aires y en otras ciudades del interior se realizó durante esta etapa en coincidencia con la redacción de la labor de historiador de Bartolomé Mitre y la instauración de una historia nacional como parte del proceso de desarrollo identitario del país. La inserción de estatuas del Libertador San Martín en plazas y centros cívicos del territorio no se hizo esperar, en consonancia con el resto de las operaciones propuestas por el movimiento City Beautiful («ciudad bella») impuesto por Daniel Burnham en Estados Unidos. Dichas operaciones estaban enmarcadas por el higienismo y proponían la apertura de calles y avenidas, pero sobre todo la consolidación del orden social de la época donde el Estado cobraba el protagonismo y la figura del monumento era un individuo en sí mismo que representaba al colectivo del espíritu nacional. Y esta es la visión que hemos apropiado como cultura occidental.

Sin embargo, es curioso nombrar el caso de Alemania. Para los alemanes, existen tres tipos de monumentos: Denkmal, Mahnmal y Ehrenmal. Mientras uno podría caer en la simpleza de decir que todo monumento es un Denkmal, cualquier alemán no tardaría en decir que esto es erróneo. El concepto de Denkmal, viene del verbo ‘denken’ (pensar) y lingüísticamente provoca un juego muy divertido en el que la misma palabra nos obliga a Denk, mal! (¡piensa!); mientras que el concepto de Mahnmal proviene ya no tanto del verbo pensar sino de ‘mahnen’: reprimir o castigar. Mientras el Denkmal nos invita a reflexionar sobre un evento o persona, un Mahnmal nos llena de una carga emocional de culpa que nos obliga a querer solucionar lo ocurrido. El Ehrenmal, por otro lado, posee un significado más profundamente alemán en el cual el ‘Ehre’ (honor) es el que toma protagonismo y ante el cual uno debe subyugarse. Para ejemplificarlos, se podría decir que el Memorial a la Guerra Soviética de Berlín es un Ehrenmal ya que fue concebido para glorificar la victoria de los soviéticos y su superioridad militar; la estatua ecuestre de Federico el Grande en Unter den Linden de Berlín es un Denkmal ya que honra la muerte del monarca y sus logros de manera sobria y limitada; y el Monumento a los judíos asesinados de Europa de Berlín es un Mahnmal, ya que nos obliga a reflexionar sobre el Holocausto y el genocidio.

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Monumento a los judíos asesinados de Europa de Berlín. ©Archikey

Inaugurado en el año 2005, sesenta años después del final de la segunda guerra mundial, el Monumento diseñado por el arquitecto Peter Eisenman y el ingeniero Buro Happold consiste de un área de 19.000 m2  cubierto con stelae o prismas de concreto ubicadas en forma de grilla sobre un terreno irregular. El sitio además posee un centro de información con los nombres de aproximadamente tres millones de víctimas judías del Holocausto, y está localizado en el corazón del centro de Berlín, a metros de la Puerta de Brandeburgo y las embajadas de Estados Unidos y Francia, y donde otrora se ubicara el centro del régimen Nazi y su gobierno. Para Leslie Anne Boldt, en su libro Monuments, Memorials and Forgiveness, no existe posibilidad de que este sitio pueda considerarse como algo más que un Mahnmal puesto que fue construido con la finalidad de que el visitante esté «invitado a descubrir las diversas capas de complejidad histórica y política que subyacen en el memorial».

El sitio, habiendo estado abandonado durante décadas como tierra de nadie, cobró un sentido relativamente —y exclusivamente hablando desde el urbanismo— positivo y pudo, como dice Boldt, convertirse por primera vez en uno «accesible universalmente». Un sitio asociado con el terror, la tortura, la muerte y el autoritarismo desaparecieron. Citando a la socióloga Irit Dekel: «Si la arquitectura es considerada la forma más «social» de todas sus formas, presentando ‘ética sobre piedra’ [el Memorial] llama moralmente a una nueva ética de relación individual con la memoria, y ésta ética puede ser encontrada no de mejor forma que en los actos de interpretación que se focalizan en la pluralidad y la apertura en lugar de una sola manera ‘correcta’ de recordar el Holocausto». Y tal es así que el sitio invita al usuario a sentirse perdido, atrapado, solo, desesperado, esperanzado, ansioso, tranquilo, triste, feliz, contenido… ya que el diseño del proyecto fue especificado para que solo una persona pudiera transitarlo de manera individual y no acompañado, y el carácter abstracto de las stelae provocan la evocación subconsciente de estar en un cementerio.

Este monumento ha creado un sinfín de controversias innumerables: desde que por qué conmemora solamente a los judíos asesinados y no a las víctimas totales del nazismo, que el nombre le roba protagonismo a las otras minorías perseguidas por el régimen, que su finalidad no fue conseguida de la mejor manera, que no especifica lo sucedido durante el Holocausto ni quién fue el perpetuador de la masacre, que se podría convertir en un punto de encuentro de neonazis, hasta que el carácter abstracto de las stelae hacen que se pierda el significado del memorial, entre otras. Pero es quizá la controversia más interesante para elaborar la relacionada con el uso del memorial y los límites del concepto de Mahnmal.

Tanto por su ubicación como por su notoriedad y fama, el memorial está sujeto a sufrir la visita constante de turistas de todo el mundo, lo que provoca lo inevitable: el tránsito constante de asiáticos tomándose selfies y de estadounidenses tomando cerveza sentados en las stelae. En el año 2013, surgió la primer polémica cuando un blog publicó una colección de fotos de perfil de una app de citas tomadas en el memorial, donde las críticas se dividieron en aquellos que celebraban la «interacción» con el monumento y la memoria del holocausto mientras otros lo consideraban una trivialización irrespetuosa para conseguir parejas sexuales. La controversia continuó cuando la famosa app Pokémon Go invadió el sitio y fue acusada de «desacralizar y profanar» el memorial al causar que miles de adolescentes lo transitaran en búsqueda de Pokémones. En el año 2017, el artista israelí Shahak Shapira comenzó un proyecto artístico yuxtaponiendo las imágenes encontradas en redes sociales de selfies o sesiones fotográficas profesionales realizadas en el monumento con imágenes de archivo de los campos de exterminio nazis, bajo el nombre de «Yolocaust», para ilustrar la dicha profanación.

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El memorial es visitado por familias de manera regular todos los días. ©BBC

El monumento es utilizado inevitablemente de manera corriente como un espacio recreacional. No por necesidad, puesto que enfrente de éste se encuentra el Tiergarten, un parque de 210 hectáreas; sino porque ya forma parte de la identidad cultural berlinesa. Nunca falta un purista que se ofenda por la utilización del monumento de manera banal o trivial. Pero la pregunta que debemos hacernos es, ¿elimina la solemnidad y la finalidad de un monumento el proceso de apropiación individual o colectivo que éste sufra de manera inevitable por sus usuarios? 

Esta pregunta no tiene respuesta. Un monumento, como pieza social y urbana, toma su significado a través de las normas explícitas e implícitas que posee la sociedad en la que se encuentra implantado. Un ejemplo para demostrar que este fenómeno es puramente social es el Parque de la Memoria en Buenos Aires.

794El Parque de la Memoria es visitado y utilizado de manera regular por residentes de Buenos Aires. ©Juan I. Kinder

Diseñado con el fin similar de recordar a las víctimas del terrorismo de estado de tanto gobiernos democráticos como de facto en la Argentina, fue inaugurado de manera oficial en el año 2007 y consta no solo del parque susodicho sino de áreas de investigación y educación, así como de un muro sobre el cual se encuentran inscritas las identidades de las víctimas del terrorismo de estado. Sin embargo, el Parque de la Memoria es utilizado —si nos ajustamos a los marcos morales limitantes de los que critican la utilización del monumento berlinés— de manera mucho más desacralizada que su hermano alemán. Objeto de fondo para sesiones fotográficas, videos musicales, punto de reunión social y de recreación, y específicamente de uso puramente activo por los estudiantes de la cercana Ciudad Universitaria.

Ninguno de los dos memoriales son cementerios, sin embargo se los trata como tales por la evocación psicológica que producen. Ninguno de los dos establecen normas estrictas antes de su ingreso ya que son lugares públicos, aun así solo se condena a los que deciden sacarse fotos en el Monumento a los judíos asesinados de Europa. ¿Por qué se victimizan sitios que son de claro uso público e invitan a la apropiación de la memoria y la reflexión? Una hipótesis probable quizá tenga que ver con la sensibilidad que genera la relativa proximidad y la magnitud de la atrocidad que supuso la Shoá. Es por esto que quizá tomarse selfies en las Catacumbas de París o en el Cementerio de la Recoleta no esté mal visto, ya que esos muertos se fueron hace ya siglos. Pero yo aun insisto, ¿es restringir la libertad de interpretación y vivencia de un monumento —en manera positiva o negativa— una operación justificada? 

La vivencia que se produce en, por ejemplo, el sitio de Auschwitz, es muy distinta. El ambiente llama a una reflexión mucho más profunda, pesada y lúgubre, y ni la asiática estereotípica más feliz osaría tomarse una selfie allí, puesto que el código social hegemónico ha aceptado la norma de que allí sí existe una restricción. Hay cosas que se pueden hacer y cosas que no. De hecho, cuando esto sucedió cuando una adolescente se tomó una selfie y la publicó en sus redes sociales de manera inocente recibió un gran backlash con mensajes amenazantes y violentos que provocaron la reacción natural a tal acción. Y como podemos ver, la situación de Auschwitz dista de manera opuesta en todos los aspectos del monumento análogo en Berlín. Aquí es donde radica la diferencia que prácticamente contesta nuestra primer interrogante del párrafo anterior. Para la segunda, la respuesta creo que ya es obvia.

eisenman-holocaust-186107328-56aadc915f9b58b7d0090718©Sean Gallup

La restricción per se nunca puede estar justificada a menos que existan reglas de juego universales. Al no existir reglas universales, no está justificada. Si un berlinés decide pasear su perro y cruzar la manzana comprendida por el monumento está más que habilitado para hacerlo, y su acción estará tan justificada como la de aquél que decida transitarlo de manera solitaria y silenciosa con el fin único de recordar a las víctimas judías del Holocausto. Como dijimos antes, la experiencia de un monumento no elimina su carácter de solemnidad. Ya su inserción en el tejido urbano y social compone desde el primer momento y de manera intrínseca un conjunto de características que otorga al área de emociones, sensibilidades y significados. La existencia del monumento de por sí es un acto solemne, pero la manera en que cada persona decida vivirlo no cambiará este hecho justamente por la existencia de las reglas de juego colectivas de las que hablamos anteriormente.

El monumento como objeto urbano actúa como nexo entre la sociedad y la ciudad en la que habita. Porta mensajes por su constitución, y los transmite a través del vandalismo que pueda sufrir. Su carácter de objeto es lo que lo despoja de todo juicio moral y lo construye, como dice Irit Dekel, dentro de una nueva ética de relación individual con la memoria. Si nos trasladamos a un ámbito doméstico, la Pirámide de Mayo no nos evoca ya solo a la Revolución del 25 de Mayo de 1810, sino a todos los eventos que se sucedieron hasta 1816, incluso cuando el monumento ya existía. Casi ningún porteño al ser consultado al respecto sabe qué cuatro eventos conmemora el Obelisco de Buenos Aires, aunque todos lo conozcan y lo consideren ícono identitario de la ciudad. Y todo esto sucede por la apropiación tanto individual como colectiva de los memoriales y monumentos. Esto es lo que los hace interesantes y los carga de valor. De nada sirve un monumento que no tenga historia, y ésta se desarrolla a través de los eventos por los cuales haya tenido que pasar y las experiencias que produzca o se generen a través de los que interactúen (o no) con él. ¿Cómo queremos vivir este monumento? ¿Qué queremos experimentar? Éstas son las interrogantes que nos debemos hacer. Vivir, y no restringir.

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