Brasilia: destruyendo el mito modernista

«Voy a construir una nueva capital para este país y quiero que vos me ayudes […] Oscar, esta vez vamos a construir la capital de Brasil.»

—Juscelino Kubitschek a Oscar Niemeyer, septiembre de 1956.

La capital de Brasil, una ciudad creada desde cero bajo todas las reglas impuestas por la Carta de Atenas y el modernismo purista, es considerada una joya infalible, perfecta, limpia y pura de la historia del urbanismo. Muy pocos académicos se atreven a criticarla, puesto que Brasilia, en realidad, no es más que la evidencia material y espiritual de que el modernismo falló, y a una escala monumental. Los errores de Niemeyer y Costa, avalados por el presidente Kubitschek, son aun hoy motivo de dolores de cabeza para todo administrativo del gobierno brasileño; peor aun, desde 1987, su traza y toda su infraestructura está protegida por la UNESCO, y estos errores no pueden ser corregidos.

440px-PlanoVeraCruz1.jpgQuizá hubiera sido mucho más viable el plan de la llamada «ciudad de la Vera Cruz», realizada con el aporte de urbanistas estadounidenses y basada en los preceptos americanistas que dieron lugar al nacimiento de ciudades mucho más exitosas como Washington D.C. o La Plata. Pero esto iba totalmente en contra de la ideología del nacionalista Kubitschek, quien organizó un concurso supuestamente democrático bajo la figura del Novacap —compañía a cargo de la urbanización de la nueva capital— pero que en realidad estaba liderada por Niemeyer y un grupo selecto de una élite de arquitectos modernistas que, sorpresivamente, votaron de manera unánime el proyecto de Lúcio Costa, un arquitecto que la hegemonía modernista de la historia consagró como el autor de esta ciudad limpia y no como aquel Director de Patrimonio Histórico que se negó a salvar el Palacio Monroe —un emblemático edificio de Rio de Janeiro— pues éste no permitía la expansión del subterráneo y lo condenó a su destrucción en 1975.

El plan de Costa y Niemeyer fue concebido bajo estrictos puntos que la historia han probado incorrectos e inviables, pero que el modernismo se empecinó y todavía intenta mantener como cánones de lo correcto y lo verdadero. Estos puntos son:

  • La distribución por zonas explícitamente marcadas: un Eje Monumental, un distrito comercial, y una zona puramente residencial.
  • La eliminación de la escala humana: una monumentalidad para ser admirada de manera estática, y una ciudad para ser recorrida pura y exclusivamente con un automóvil y ser admirada desde un avión.
  • El rechazo absoluto a todo patrimonio urbanístico y tradición: la ciudad debía ser totalmente nueva y proponer un nuevo modo de vivir, sin referencias a modelos pasados ni indicios que significaran una regresión al pasado.

En realidad, Brasilia fue el experimento que terminó de confirmar que estos tres puntos son totalmente erróneos y que, como pueden ser evidenciados en otras ciudades donde el purismo urbanístico fue aplicado, jamás pueden funcionar en otro mundo que no sea el utópico.

La zonificación no funciona. Como la describe Ricky Burdett, profesor de urbanismo en la LSE, Brasilia no es más que un «campus gubernamental». Según Burdett, el problema de Brasilia viene de su concepción, y ésta no es una ciudad —ni buena ni mala, simplemente no es una ciudad— porque carece de todos los ingredientes de una ciudad: gente habitándola de manera integral, como niños jugando en plazas o empleados corriendo al transporte público, sin una vida urbana sinceramente real, y cuyas dimensiones fueron tan estructurados que su diseño para 500 mil habitantes quedó sobrepasada por los casi tres millones que la habitan hoy.

BrasiliaLines.jpgBrasilia, al priorizar la circulación vehicular por sobre la peatonal, olvidó la esencia de una ciudad y cómo sus habitantes se apropian de esta, como se puede ver en este mapa intervenido por Daniel Nairn. ©Discovering Urbanism

Los habitantes de Brasilia, al igual que sus visitantes, se explayan en el segundo punto cuando explicitan algo que es evidenciable ya desde los planos: Brasilia es una ciudad que no puede ser caminada. Las distancias son gigantescas y toda región de la ciudad se debe acceder por medio de un vehículo. La concepción de la nueva capital de Brasil se hizo bajo la mirada futurista de un desarrollo automovilístico más que evidenciable mundialmente pero que priorizó la fluidez del tránsito vehicular y actuó con la visión a futuro de que cada persona contaría con un vehículo para trasladarse en la urbe.

Esta visión intrínsecamente ligada a la ideología comunista de Niemeyer demostró ser indudablemente falsa cuando, hoy en día, podemos ver todos los indicios que así lo indican: las zonas residenciales diseñadas para que pobres y ricos habitaran en igualdad de condiciones hoy son habitadas únicamente por las clases acomodadas; las comunidades de menor poder adquisitivo (que claramente no poseen ni medios de transporte para atravesar las grandes distancias entre los lugares de trabajo ni tampoco los medios económicos para permitirse vivir en dichas viviendas) se asentaron en la periferia de los centros comerciales y de producción, creando así una proliferación de asentamientos precarios que hoy en día son la principal problemática que las autoridades brasileñas deben resolver; y el principio elemental de la relación demanda-oferta no hizo más que confirmar la inhabilidad de Brasilia en sostener un tránsito vehicular estable, pues la sobreoferta de carreteras creó sobredemanda de vehículos, y hoy en día transitar vehicularmente Brasilia (la única manera) es un dolor de cabeza cotidiano debido a los múltiples embotellamientos.

11111111111111111111111.jpgVila Planalto, uno de los primeros asentamientos creados por los constructores de Brasilia, fue emplazado cerca de los lugares de construcción por los obreros para albergar a sus familias. Tras la inauguración de Brasilia, su desplazamiento se tornó difícil por la negativa de las familias a mudarse a zonas alejadas del centro de la ciudad, y hoy en día se mantiene emplazada al igual que otros asentamientos de su misma naturaleza.

El tercer punto que he descrito antes fue desarrollado de manera impecable por Fagner Dantas, urbanista brasileño miembro de la Sociedad Brasileña de Urbanismo. Dantas hipotetiza que el peor error cometido por Niemeyer, Costa, Kubitschek y todos los artífices de Brasilia fue intentar eliminar cualquier rastro de identidad brasileña en la nueva ciudad. La ideología purista de los autores de la nueva capital teorizaban que, al ser la capital de Brasil, debía cumplir con la tarea de ser el «ejemplo» o la «matriz» para el resto de las ciudades brasileñas y otras nuevas capitales futuras de otros países. Tal era la ambición de estos arquitectos que pensaron que su plan era tan perfecto que sería imitado por urbanistas y arquitectos años después, cuando la eficacia de Brasilia fuera demostrada. Afortunadamente, eso no sucedió, o al menos en la misma escala que en Brasilia. Esta nueva ciudad fue despojada de toda estética colonial, portuguesa, latinoamericana o europea. Los edificios eran de style international, sin rastros del barroco sincrético que se había desarrollado durante siglos en el territorio tras la decolonización portuguesa y los diálogos culturales entre aborígenes, negros y portugueses. La nueva identidad brasileña era la no identidad. Y esto fue llevado al extremo, como explica Dantas, cuando relata que el objetivo de Brasilia era provocar que el hombre lograra «desurbanizarse a una realidad estéril».

Dantas explica el concepto de endociudad como «una construcción mental que, a partir de referencias propias, cada individuo hace del ambiente en que vive, explícitamente en este caso, de la ciudad en que vive». Cuando Brasilia entró al escenario como una ciudad limpia de carácter, de alma y de familiaridad, provocó lo que el urbanista brasileño denomina «Brasilite», una sensación descrita por los nuevos habitantes resultante de la antinomia sensorial y conceptual. Todo aquél que arribaba a Brasilia se encontraba con una desarticulación total, una sorpresa y desconfort que en ciudades «normales» no sucedía. Si bien cada ciudad era distinta, cada individuo podía encontrar indicios que le permitieran apropiarse de la ciudad. Esto en Brasilia no pasaba.

maxresdefault.jpgLas vivendas de los barrios más contemporáneos de Brasilia responden a las tipologías estéticas más tradicionales de habitar, con cubiertas de tejas a dos o más aguas, con jardines privados y sensación de comunidad más cercana a las tradiciones latinoamericanas que las propuestas por el modernismo en los monoblocks racionalistas originales.

Sin embargo, Dantas continúa con un análisis sociológico del Brasilite, estableciendo la relevancia del factor generacional en el concepto de endociudad. La sensación de disconformidad, conforme pasaron las generaciones, se fue diluyendo pues su percepción y estructura de «la ciudad» es distinta. «No hay nada que extrañar cuando no hay lo otro«, aduce el urbanista. Las principales quejas de los primeros habitantes de Brasilia eran la falta de esquinas —que jugaban y juegan en las ciudades latinoamericanas un papel social y funcional importantísimo como lugar de encuentro o articuladores referenciales—, las grandes distancias entre edificios —inexistentes en las ciudades hiperdensas heredadas de la colonia portuguesa—, y la falta de una estética familiar, sensible, que remitiera visual, auditiva y espiritualmente al pasado de todos esos habitantes. «En Brasilia ciudad es otra cosa», dice Fagner Dantas. Y tiene razón, cuando dice que las nuevas generaciones viven Brasilia y se apropiaron de Brasilia de otra manera. El modelo corbusierano falló, y Brasilia se vive de la manera más «brasilera» que se puede.

Al ser enfrentado ante todos los errores de Brasilia, como es de esperar en todo arquitecto modernista, Oscar Niemeyer defendió de manera arrogante su creación. «Lo importante sobre Brasilia es que te pueden gustar o no los edificios, pero nunca podés decir que has visto algo similar […] Todo es una sorpresa». A Niemeyer no le importa que su ciudad haya fracasado, sino que millones de personas no puedan verla como él solo la pudo ver. «El proyecto se hizo. Como todo, tiene cosas buenas y malas», se excusa, sin hacer ningún tipo de crítica propia, para rematar con un comentario casi victimizante en su arrogancia, que creo resume la ideología modernista purista de manera perfecta: «La gente que critica (a Brasilia) lo hace por envidia o porque no tienen nada mejor que hacer».

Quizás si los modernistas hubieran sido más sensibles, menos arrogantes y elitistas, y más cercanos a la realidad y a los hechos, podrían haber logrado avances increíbles. Costa y Niemeyer, ciertamente, no lo lograron. Y hoy en día, mucha gente lo sufre. Pero según Niemeyer, seguro no tengo nada mejor que hacer que criticar un proyecto desastroso que sigue intentando ser perpetuado en la práctica por una hegemonía que le lame las botas incesantemente. Triste crítica para una utopía que, como todo castillo construido en las nubes, termina desmoronándose.


Post-data: recomiendo muchísimo ver el documental Brasilia: Life After Design, que le provocó un gran disgusto a uno de mis profesores y por lo cual le estoy muy agradecido.

 

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