Entendiendo a Frank Lloyd Wright

«No existe nada más alto en la consciencia humana que el destello de la luz interior. Lo llamamos belleza, pero la belleza no es más que el resplandor de la luz del hombre; el resplandor, el romance de su humanidad como conocemos la arquitectura, las artes, la filosofía, la religion. Todos nutren o se nutren por esta inextinguible luz dentro del hombre.»

A Testament, Frank Lloyd Wright (1957).

Frank Lloyd Wright es hoy conocido como uno de los arquitectos más famosos de la historia de la arquitectura no solo americana, moderna o estadounidense sino universal. Lamentablemente, a mi parecer, solo su última obra es considerada la mejor (y la más difundida) pues cumple con varios de los preceptos de la arquitectura racionalista y purista. Pero esta arquitectura, plasmada por ejemplo en el Solomon R. Guggenheim Museum de Nueva York, no solo es la punta del iceberg de este gran referente arquitectónico sino que no representa para nada los ideales modernistas del purismo o del racionalismo. Las últimas obras de Frank Lloyd Wright, por más similares a la anti-estética racionalista que puedan parecer, no son nada sin todo el contexto previo que justifican su existencia y su ideología, basadas en una arquitectura que el arquitecto definió como orgánica y respetuosa.

El surgimiento de la obra oficialmente independiente de Frank Lloyd Wright se da en un contexto de transición estética en los Estados Unidos. A diferencia de sus mentores y sus compañeros, Frank Lloyd Wright no pudo costearse estudios en la École des Beaux-Arts de París, por lo que su conocimiento proyectual, estético y tecnológico lo obtuvo de la mano de sus principales referentes: Louis Sullivan y Dankmar Adler. En un mismo año, 1893, vivió tres de las situaciones más definitorias de su vida profesional: la Exposición Universal Colombina de Chicago; el pánico de 1893, que incrementaría su pobre situación financiera; y la ruptura absoluta de relaciones profesionales con Sullivan, tras descubrir éste que Wright había diseñado y estaba efectuando obras de su propia autoría al mismo tiempo que trabajaba en su estudio.

La obra de Frank Lloyd Wright es descrita por la historiografía oficial como una inspirada por la naturaleza y el racionalismo naciente en Europa, pero la realidad es que este es un recorte muy reducido de los elementos que pueden verse tanto en su estética como en su proyecto. Su contexto, si bien era en los albores del modernismo y del minimalismo europeo, estaba intrínsecamente yuxtapuesto con el movimiento Arts and Crafts (fuertemente crítico del industrialismo y del minimalismo, pero desligado de la Academia de Bellas Artes) y con la proliferación en exceso de edificios gigantescos tanto en altura como en extensión en la metrópolis de Chicago. El arte japonés, muy relacionado con este movimiento, también fue de gran admiración para Frank Lloyd Wright, y los diálogos estéticos que se dieron entre el arquitecto, la cultura estadounidense y la cultura japonesa fueron de una simbiosis más que interesante. Todas estas influencias amplían el discurso modernista: la naturaleza sí fue un ingrediente explícito de la inspiración de Frank Lloyd Wright, pero de dónde provino su filosofía respecto a la naturaleza es lo más importante. Hoy en día, pensar en el respeto a la naturaleza, el entorno y el terreno suenan como una obviedad —por más que el modernismo contemporáneo lo tome en cuenta o no— pero, en la época en la que Frank Lloyd Wright se desempeñó como arquitecto, esta filosofía no solo no era la imperante sino que todo lo contrario era efectuado por los grandes hacedores de la humanidad. Fallingwater es un ejemplo de esto.

H_Mark_Weidman_Photography_Alamy.jpgFallingwater en otoño. La obra, por más formal en sus líneas y minimalista en algunas de sus terrazas que sea, logra inmiscuirse en el entorno y lograr una simbiosis admirable debido a su estratégico diseño y su inteligente inserción. © H. Mark Weidman.

Esta obra es admirada por el modernismo por sus líneas rectas, sus desafiantes terrazas en voladizo y el uso de materiales propios del entorno, pues éste es su discurso y no es sorprendente que arquitectos con una moral tan cuestionable hubieran buscado la manera de apropiarse de una obra majestuosa y llena de espíritu para justificar una ideología que carece de esto. La realidad es que la casa para la familia Kaufmann fue construida con un objetivo absolutamente contrario a los ideales del modernismo: no solo consideraba que el hombre debía estar en contacto con la naturaleza —pues no era una máquina, como los postulados de la Carta de Atenas y del purismo racionalista lo repetían sin cesar— sino que la arquitectura debía ser el medio para que los seres humanos vivieran en armonía y en respeto con la tierra. La construcción de esta casa no solo no afectó el entorno en absoluto sino que la elección de los materiales y su utilización estratégica es magnífica: las carpinterías de vidrio no poseen marcos de acero en su encuentro con los muros de piedra para que ambos materiales se unifiquen visualmente y parezcan estar en armonía; el acceso al arroyo que efectúa la famosa cascada sobre la cual se emplaza la vivienda es directo y se comunica con todas las áreas tanto servidas como sirvientes; y la misma disposición de las terrazas y las pendientes están canalizadas de manera que todo el agua de deshielo descargue en el arroyo sin afectar la vegetación o las formaciones rocosas próximas.

Esta utilización sublime y perfecta de los planos horizontales se sitúa en una dimensión absolutamente superior a aquella del racionalismo purista de otros «fundamentalistas de lo horizontal» como Le Corbusier y Ludwig Mies Van der Rohe. En lugar de utilizar lo horizontal para lograr únicamente eficiencia espacial en sintonía con un discurso industrialista y minimalista, Frank Lloyd Wright lo hace bajo una ideología más que pura relacionada con lo doméstico: la privacidad, la concepción del techo, la concepción del suelo y todas las percepciones subjetivas de la perspectiva en relación con la llanura o la «planicie». No es coincidencia que los proyectos domésticos de Frank Lloyd Wright sean denominados «casas planicie» (Prairie Houses): las viviendas situadas en el Midwest estadounidense, emplazadas en la planicie, «deben reconocer la belleza de ésta y acentuarla por medio de su belleza natural: cubiertas con inclinaciones leves, proporciones bajas, líneas sobrias, chimeneas oprimidas, terrazas bajas y jardines amplios» según lo explicita en un artículo de 1908 para Architectural Review.

La horizontalidad de Frank Lloyd Wright, que pudo lograr gracias a los avances tecnológicos de la revolución industrial, jugó un papel importantísimo para su última obra. No existe horizontalidad donde no deba existir. No existe verticalidad donde no deba acentuarse. Los muros no están partidos donde no deban delinear la sensación pertinente de libertad. Esto es lo que aventuró en sus principios en el Edificio Larkin de Buffalo, Nueva York, en 1903.

Reconstrucción contemporánea del Larkin Building. ©David Romero

Sin una necesidad caprichosa de querer «desafiar» sin una idea concreta —como sucedería en casos posteriores de escuelas europeas como la casa Schröder o esquicios de la Bauhaus— Frank Lloyd Wright modificó los muros de su proyecto para las oficinas de la Larkin Soap Company mientras exploraba su maqueta de yeso en su estudio. Al notar lo que había hecho, lo replicó en el Unity Temple. Frank Lloyd Wright era consciente de la importancia que tenía esta operación para toda la historia de la arquitectura: estaba logrando, por primera vez, la «destrucción de la caja». Los muros exteriores ya no sostenían toda la estructura, se lograba por primera vez en la arquitectura una libertad tanto horizontal como vertical que cumplía la búsqueda filosófica de Wright de relacionar el interior con la naturaleza, se sentaban las bases para la futura exploración proyectual de no solo él mismo sino de sus discípulos y otros arquitectos modernistas.larkin_building_plan1364695558117

Por eso, al ver su obra más minimalista o funcionalista, es importante tener todo esto en cuenta. El Guggenheim de Nueva York y la sede de S.C.Johnson en Racine, Wisconsin, no son nada si no se explican bajo estos conceptos. No hay nada en el modernismo de Frank Lloyd Wright que lo una al modernismo frío e inhumano de su tiempo: su arquitectura es natural, pero natural de verdad; no existe absolutamente nada en la obra de Frank Lloyd Wright que esté prefabricado industrialmente. Hasta el más mínimo detalle en los muebles y picaportes de su obra estaba supervisado por su ojo y materializado por artesanos. Hasta el minimalismo halagado excesivamente por el purismo racionalista del Museo Guggenheim posee una complejidad admirable en su proyecto, visible únicamente en los planos y los croquis de Wright.

F15.large.jpgDibujos conceptuales para un anteproyecto del Museo Guggenheim de Nueva York.

«Como la arquitectura orgánica, la calidad de la humanidad es inherente al hombre […] La luz solar es a la naturaleza como esta luz lo es al espíritu del hombre: la luz humana. La luz humana está por sobre el instinto…» dice Frank Lloyd Wright en su Testamento de 1957. Y, si consideramos su obra material, tiene muchísimo sustento. No hay evidencia más clara de la materialización de la «luz humana» que la arquitectura orgánica desempeñada por este genio de la arquitectura, que la historiografía quiere obligar a insertar en la misma bolsa que ignorantes de la estética y la naturaleza y violadores seriales de éstas. A diferencia de otros arquitectos de su tiempo, conformistas y puristas de ideas insostenibles y absolutamente frágiles, Frank Lloyd Wright logró una apropiación de las revoluciones tecnológicas en pleno desarrollo durante su ejercicio profesional para lograr sus objetivos ideológicos y estéticos. La producción arquitectónica resulta, por ende, admirable. La forma y la estética no son consecuencias de la tecnología, sino viceversa. Esta es una gran diferencia respecto al canon profesional de su momento, donde los arquitectos hoy en día sobrevalorados e hiperbolizados se jactaban del espacio creado por «la razón». Más bien, esos espacios eran el producto de la falta de ésta.

Frank Lloyd Wright fue un gran arquitecto moderno, pero el mérito de su obra le pertenece a él y sus sucesores inspirados en sus ideas. Es un grave error considerar su mérito un desarrollo del purismo anti-estético y del racionalismo industrialista. El éxito de su magnífica obra, innegable y evidenciable en todas sus aristas, es sin dudas objeto de envidia para esta élite cerrada y corta. Frank Lloyd Wright no se lo merece, creo yo. ¿Por qué entonces caer en este sucio juego, que más que ayudarlo lo oscurece y hasta lo insulta? Preferible es desligarlo de las arquitecturas que él mismo criticaba, y admirarlo por lo que realmente logró y concretó: un ideal de arquitectura y ciudad orgánica, natural, respetuosa, estética y racional, pero, sobre todo, moderna.

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