El problema de lo colectivo y su inviabilidad

«El colectivismo sostiene que el individuo no tiene derechos, que su vida y trabajo pertenecen al grupo… y que dicho grupo puede sacrificarlo por capricho propio por sus propios intereses. La única manera de implementar una doctrina de tal magnitud es por los medios de fuerza bruta, y el estatismo ha sido siempre el corolario político del colectivismo.»

La virtud del egoísmo, Ayn Rand (1964)

En la arquitectura y el urbanismo poseemos dos modos de ‘lo colectivo’ bien marcadas: la vivienda colectiva, y la ciudad colectiva. No pretenderé hacer un juicio moral al respecto sobre si la vivienda y la ciudad deben ser individuales pues es un debate filosófico que ha sido extendido durante siglos. Ya Engels lo expuso en su crítica del Manchester industrial del siglo XIX, tanto como Heidegger en la Alemania de post-guerra. Pero para la correcta lectura de lo que expondré a continuación, debemos aceptar que todo individuo vive en comunidad —luego podremos debatir sobre los valores de cada comunidad, los factores que dependan del concepto de civilización, y otras características del campo de la antropología que aunque nos conciernen no extenderé para evitar una lectura compleja— y que cada comunidad se conforma a través del respeto recíproco de los derechos individuales y colectivos, y sostienen una cultura colectiva en base a un imaginario colectivo.

Todo grupo étnico pasado o presente se congrega de manera natural en un entorno social. Y es por esto que tanto las propuestas trotskistas como las anarquistas coinciden en la cooperación entre individuos para la base de la construcción de la sociedad. La diferencia de éstas reside en modelos económicos, idealizaciones del colectivo y estructuras jerárquicas, entre otros, pero coinciden en la importancia y relevancia de lo colectivo para su sostén. Pero es en la crisis de lo colectivo donde entra en juego la supervivencia de la estructura social: la imposición de los derechos colectivos por sobre los individuales, o viceversa, son lo que producen el malestar en el cual las civilizaciones avanzan o retroceden. Y es por esto que, al principio del artículo, cité a Ayn Rand. Ella afirma que ningún sistema colectivista puede respetar los derechos del individuo, y está en lo correcto, esencialmente.

Si consideramos al colectivo como lo que es, un grupo formado por individuos, no podemos pretender que los derechos de cada uno de los individuos sean pasados por alto e ignorados. Los derechos del colectivo son esencialmente los derechos de cada individuo. Y es por esto que Rand asegura que los estatismos autoritarios son los responsables de la eliminación parcial o total de los derechos individuales. Y como toda crisis social, ésta también puede ser evidenciada en la arquitectura y el urbanismo.

Ya Walter Benjamin, durante el período de entreguerras, escribe que «la reducción de casas y el costo elevado de viajar provocan el proceso de aniquilar el símbolo elemental de la libertad europea, que existió en ciertas formas incluso en la edad media: la libertad de domicilio. Y si la coerción medieval obligaba a los hombres a asociaciones naturales, ahora están encadenadas juntas en una comunidad innatural». Más adelante, Benjamin sería capaz de exaltar a la arquitectura moderna no por su potencial utópico de resolver el problema habitacional bajo el concepto tecnológico, sino por su aspecto negativo y casi nihilístico del habitar y la anticipación de una vida trascendental al habitar. La arquitectura moderna, según Benjamin, no era un medio que reestructuraría el habitar, armonizándolo con la tecnología y el colectivismo urbano (sic), sino que aboliría definitivamente la existencia residual del habitar.

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Alexanderplatz, Berlín. (circa 1975)

Martin Heidegger, más adelante, criticaría también esta forma de apreciar el habitar como una solución tecnológica. Heidegger no hace más que proponer que la crisis habitacional de la que tanto se escuchaba hablar en la Europa de post-guerra no era algo referente a la falta empírica de casas o ciudades, sino a lo existente en la situación apropiada del habitar, mucho más antigua que las guerras y el crecimiento hiperbólico de la población mundial. La situación apropiada del habitar reside en lo que «los mortales» buscan como innovación hacia la esencia del habitar, y que deben aprender a habitar. La crisis del habitante, según Heidegger, existe en que el hombre nunca se siente «en casa», ni jamás está en paz con la tierra sino en constante crisis con esta.

¿Es quizá la crisis expuesta por Heidegger, en combinación con la visión nihilista de Benjamin, lo que provoca la falta de identidad colectiva y que inevitablemente, como expone Rand, obliga a un autoritarismo colectivista en el campo de la arquitectura?

La respuesta a esta pregunta quizá vuelve sobre sí misma y formula que no existe vida en comunidad sin constantes crisis, y que es quizá la arquitectura moderna la que expresa dicha crisis a través de la materialización de la vivienda colectiva y la ciudad colectiva como respuestas per se. Pero reitero que dichas operaciones son respuestas, no soluciones.

La vivienda colectiva surgió como paliativo ante la crisis habitacional, o esto es lo que nos enseñan. Pero hay una razón subyacente por la cual las unidades habitacionales son comprimidas, anexadas unas a otras y establecidas en monoblocks o unidades que pretender funcionar como una unidad colectiva. Esta razón es la voluntad irrestricta del colectivo a funcionar como individuo. Así como siempre identificamos al colectivo como tal, y no como un conjunto de individuos, cuando vemos un edificio no lo pensamos como un conjunto de viviendas unidas entre sí, sino como un todo en sí mismo. Si queremos seguir la corriente de Rand, podríamos decir entonces que la vivienda colectiva no surgió para nada más que para reforzar el concepto estatista del colectivo, e imponer un colectivismo nocivo y de cierta manera consistente con lo expuesto por Benjamin. Pero la realidad es mucho menos conspirativa.

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Seaside, Florida. Ciudad de la corriente del Nuevo Urbanismo que sirvió como escenario para «The Truman Show» en 1998.

Arquitectos y urbanistas desde Le Corbusier hasta Frank Lloyd Wright y el Nuevo Urbanismo han tomado conceptos de colectivo para justificar sus propuestas. Todas fallidas y jamás aplicadas de manera correcta en la práctica. Y el problema está en que tanto el individuo-arquitecto como el colectivo-arquitectos caen sobre el mismo error: la consideración de problemáticas generales de lo colectivo en yuxtaposición con los paradigmas del colectivo. Simplificándolo en un ejemplo: existe una gran inseguridad en el conurbano bonaerense (problemática general), para solucionarlo proponemos calles más iluminadas y más presencia policial (paradigma social específico del territorio); el transporte público está colapsado y en condiciones deplorables (problemática general), proponemos resolverlo aumentando la frecuencia del subterráneo y extendiendo las líneas de colectivo (paradigma social).

Es el problema de considerar que la sabiduría o la esencial primacía de lo colectivo serán los responsables principales de la solución de los problemas del mismo colectivo que provocan la crisis del paradigma actual. Fundamentalmente, el colectivo como entidad no es capaz de solucionar sus problemas de no ser por su funcionamiento raras veces eficaz (esto no significa que no lo sea). Pero es esta aplicación del ideal colectivo lo que inevitablemente provoca el efecto inverso en la sociedad: la gente evita las viviendas colectivas, detesta los espacios públicos de edificios de propiedad horizontal, y no puede soportar que le obliguen a vivir en comunidad en su propio hogar, mientras que sí elige a la calle o a la plaza como espacios de intercambio comunitario.

Si no es el colectivo el que puede decidir por el individuo, ¿entonces cómo puede éste insertarse en el otro? La respuesta a esto sí es simple: porque está en su naturaleza. Por más cliché que suene, el hombre es un ser social y está condenado inevitablemente a vivir en comunidad. Y si decide ser ermitaño, esa será únicamente su decisión propia. Es en la libertad del individuo que éste logra vivir, residir y habitar en comunidad de manera óptima, incluso en toda crisis que se logre identificar. Y este es el rol que debemos adoptar tanto como arquitectos como residentes de comunidades de distinta magnitud: ser capaces desde nuestra autonomía de respetar los derechos individuales tanto propios como ajenos, y desde allí proponer la vida colectiva no desde un punto de vista autoritario sino desde la cooperación social y la demarcación de límites entre lo privado y lo público, ambos residentes en la libertad individual y el respeto de los derechos tanto individuales como en los derivados colectivos.

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