Un punto de vista hacia dónde podría dirigirse la estética arquitectónico-urbana

Hasta ahora no he hecho más que criticar el paradigma existente. Hemos afirmado que la estética existe y no existe en la actualidad y que lo que definitivamente no existe es una defensa teórica de la no estética según los argumentos planteados por el modernismo y sus abogados. Estas afirmaciones que analizamos y conjeturamos no son más que aproximaciones simples en su complejidad y que se deliberan en el marco de lo inestable y lo indeterminado, por ende no podemos pretender ahondar sobre ellas en el campo de la concreción material. Sin embargo, a medida de estos meses que me pasé investigando y escribiendo no podía hacer más que esbozar dichas concreciones materiales de lo que debería ser la dirección futura de la estética (y, por qué no, también de la no-estética).

Soy un firme defensor de que una crítica per se no es hipócrita, al contrario de lo que piensan los puristas al pecar de binarios y que postulan que «si criticás, tenés que proponer una alternativa». Las alternativas las puede presentar cualquiera, así como las críticas las puede presentar otro individuo aparte. No veo razón teórica alguna como para que estas se vean ligadas de manera obligatoria. Es más, creo que esta vinculación innecesaria fue lo que llevó a la forzosa creación de alternativas dañinas y carentes de sensibilidad y de las cuales hoy sufrimos todos.

Sin embargo, luego de toda la crítica que he realizado, siento que el esbozo de una dirección estética no es desacertado y menos si está justificado. Es por esto que he reunido una serie de postulados congruentes entre sí que pueden funcionar como una propuesta para la construcción (o deconstrucción) de la estética y la no-estética en el futuro.

Salir del paradigma sin caer en paradigmas obsoletos

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Sainsbury Wing de la National Gallery of London por Robert Venturi (1991) ©Neil MacWilliams

Por romper con las estructuras racionalistas, no cometamos el error de volver a caer en otra estructura elitista y autocrática como las de los paradigmas obsoletos del siglo pasado y el anterior. Salir de este paradigma no implica despreciar la no-estética racionalista ni tampoco los estilos Beaux-Arts o Art Nouveau. En absoluto. Salir de este paradigma implica entender que el modernismo falló y que sus postulados ya no son aplicables, y que su reproducción incesante es dañina, al igual que los movimientos que reemplazó. Implica la búsqueda de nuevas estéticas, de manera libre y democrática. Implica ser capaces de tener una visión crítica de los errores actuales y de poder corregirlos, así como de tomar los elementos positivos de los paradigmas obsoletos para poder construir estas nuevas estéticas.

Así como yo no soy nadie para decir qué estética es «correcta» o «incorrecta» pues estos motes son pretenciosos y falaces teóricamente. Pero está en esa libertad de comprender y ser conscientes de que no podemos hacer una arquitectura incorrecta o una arquitectura correcta que vamos a poder avanzar en la construcción tanto individual como colectiva de la estética.

Desafiar a la misma estética hegemónica

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Piazza d’Italia, Nueva Orléans de Charles Moore (1978) ©Daniel Lobo

Salir del paradigma implica también desafiar la opresión modernista. Ya sea a través de su deformación dentro de la herejía o el absurdo (como postuló Robert Venturi en su momento) como de la expresión libre de las culturas oprimidas. O, por qué no, por una mezcla de ambas acciones como en la Piazza d’Italia de Charles Moore.

Una obra que es fuente de inagotables críticas (más negativas que positivas, por supuesto), la Piazza d’Italia no hace más que destruir el modernismo de la manera más espectacular y destacable posible. No, no estamos proponiendo que salgamos a hacer Piazzas d’Italia en todo el mundo y todos los continentes, pero sí tomar estos referentes como los indicios de la deconstrucción de la hegemonía que necesitamos si queremos avanzar en el plano estético.

Moore no solo tomó elementos modernistas —casi por ósmosis, me atrevería a asumir— ya sea por su materialidad, confección o distribución, sino que utilizó elementos de la estética grecorromana de manera no-armónica, disruptiva y atractiva. Si bien los críticos se encargaron de llamarlo kitsch, realmente no-posmodernista o un capricho intelectual, la obra de Moore es remarcable por su mensaje: el arquitecto no quiso realmente hacer un manifiesto o un ataque hacia el modernismo como objetivo principal, sino que quiso que su obra esencialmente destacara la cultura italiana y le otorgara sensibilidad al entorno gris y utilitario-funcional que lo rodeaba. Su concepción no provocó la proliferación de miles de Piazzas d’Italia o pastiches sinsentido, pero sí generó un debate necesario en su contexto. A esto es a lo que aspiramos.

Dejar de considerar a la tecnología o la materialidad como configuradores estéticos

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Edificio SOMISA, Buenos Aires de Mario Roberto Álvarez (1977).

Este error característico de la modernidad es quizá el que más perdura y evita que avancemos en el desarrollo de la estética. El considerar que la elección material o tecnológica de los objetos arquitectónicos y su diálogo con el entorno y la urbanidad sean lo que configure la identidad estética de éstos es un concepto tan limitante que es increíble que todavía no se haya detenido. La conditio sine qua non que supone la relación entre estética y material en el paradigma moderno y posmoderno no hace más que ser un obstáculo molesto, casi como una picadura de mosquito en el pie, y que contribuye en la posición hegemónica de la no estética.

Es muy limitante y triste concebir a la estética como algo que se construye solamente con perfiles de acero o curtain wall de tal o cual opacidad. Sí, la materialidad es importante y relevante en la concepción de la estética, pero así como dividir lotes y trazar calles no es urbanismo ni dibujar dos o tres paredes y elegir con qué plantitas decorar una casa no es arquitectura, decir que un edificio tendrá toda una fachada de ladrillos a la vista o una modulación de parasoles de acero no es pensar una estética. Al menos, no una estética sensible. Quizá sea esta una de las características más llamativas de la no estética y la razón por la cual la denomino con el prefijo «no-«: su concepción automática e inexistente de manera formal o consciente dentro del pensamiento insensible de que su aparición es automática o persistente.

La evidencia más deprimente de que este pensamiento existe no es solo la empírica y material o formal, sino la que vivimos todos los días. Desde mi experiencia personal, la estética en el ámbito universitario pasa en un 99% por la materialidad: si el edificio va a ser de hormigón visto o no (y si lo va a ser, qué tipo de encofrado supondrá), si la envolvente va a ser de perfiles metálicos o no y su disposición, si el curtain wall tendrá una cierta modulación u opacidad… Y aquí nos encontramos con el límite total. Con el fin del pensamiento moderno y racionalista. No existe desde la arquitectura un pensamiento que reflexione más allá de este punto, y es aquí donde debemos preguntarnos a nosotros mismos: ¿por qué sólo esto? ¿por qué nos quedamos acá? ¿por qué no volver a considerar la estética desde otros planos?

Dejar de pedestalizar arquitectos

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Edificio Lloyd’s en Londres de Richard Rogers (1986)

El concepto de pedestalizar arquitectos en base a sus premios u honores nacionales o internacionales es lo que legitimiza estas prácticas dañinas para la estética. Como en el artículo sobre la Sede del BID Buenos Aires la naturalización y vanagloria de dos o tres arquitectos vanidosos conlleva a que éstos sean admirados ciegamente por la comunidad, y sean inmunes a la crítica. Rompamos el esquema de que un arquitecto Pritzker no es criticable. Rompamos el esquema de que los próceres arquitectónicos tampoco lo son. Si no temblamos ni dudamos al criticar a Schinkel, a la Academia de Beaux-Arts de París o a Burnham, tampoco lo hagamos con Le Corbusier, Clorindo Testa o Mendes da Rocha. Que sean referentes que hayan logrado posicionarse en los anales de la arquitectura debido a su inteligencia u otras características notables es algo que no debemos olvidar y que debe destacarse, sin dudas. Pero no seamos hipócritas, porque al serlo estamos otorgándole la victoria a la hegemonía.

Ganar un premio (o no) o ser un referente nacional o internacional (o no) no convierte en nadie en inmune. Esta debe ser una regla universal, y aquí sí seré totalitario al respecto, pues sin esta libertad de crítica bajo conceptos multidimensionales no podremos ser capaces de ser libres en la concepción de nuevas estéticas.


Como conclusión a esta lista de elementos indiciarios que no son más que propulsores o aproximaciones hacia conceptos y divagaciones más complejas, solo queda remarcar la importancia que tiene la existencia de un sistema de estéticas solidarias entre sí y que compitan con libertad entre los distintos contextos y entornos. Una sociedad realmente democrática y globalizada, como supone el siglo internacionalista en el que nos encontramos implantados, no puede convivir bajo una estética hegemónica u opresora en disputa constante con estéticas alternativas u oprimidas. Nos debemos como productores y usuarios de arquitectura y urbanismo el dejar de ser pasivos ante esta disyuntiva y salir de la teoría foucaultiana del poder y la resistencia y crear un diálogo dentro de éstos parámetros.

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