Reflexiones de cuarentena

«La pequeña vivienda, en su organismo técnico-arquitectónico, exige un trabajo de precisión en los aspectos económicos y constructivos.»

Arq. Fritz Schumacher, 1945.

Durante este tiempo en el que casi todos los ciudadanos del mundo estamos viviendo encerrados en nuestros hogares, creo que todos, sin excepción, estamos notando cosas que antes no notábamos de éstos. Es normal, a menos que seamos infantes o jubilados, la mayoría de nosotros vivimos fuera de nuestras casas la mayor parte del día, y la utilizamos solo para dormir y bañarnos. Esta crisis mundial nos obligó a trasladar todas nuestras tareas a nuestro hábitat, y las reflexiones a las que me debo surgen no solo de mis propios pensamientos sino de charlas con amigos, tweets y comentarios al pasar.

Yo vivo en una casa construida hace veinticinco años, con dos habitaciones, espacios comunes espaciosos y luminosos, un jardín frontal y otro más pequeño detrás. Ya cuando di mis primeros pasos en los estudios de la arquitectura comencé a notar las falencias de mi hogar: mi habitación estaba orientada al sur, por eso sentía un frío glacial en invierno y una falta de iluminación total durante todo el año; los pasillos eran el producto de los residuos espaciales de la disposición de las habitaciones; el patio trasero era, del mismo modo, el espacio «sobrante» del terreno donde no se construyó… En modo jocoso, tiendo a echarle la culpa a su autor, un ingeniero civil conocido de los antiguos dueños de esta casa. Pero quizá la culpa no sea enteramente de él.

Estos mismos fenómenos le sucedieron a amigos que descubrieron que en sus casas sus habitaciones y pasillos ocupan más espacio que otros lugares con mayor uso. Encontraron con gran sorpresa que hay muros que no deberían existir, ventanas que no ventilan ni alumbran, muebles que molestan y metros cuadrados que sobran. Pero esto no sucede solo en las casas del conurbano, sino también en los departamentos de Palermo y Recoleta.

Hoy en día hay gente que lucha diariamente con romper el aislamiento social, preventivo y obligatorio en las ciudades de Argentina (y no me caben dudas que también en el resto del mundo). Esta gente vive en departamentos de pocos metros cuadrados, a veces con una sola ventana a un pulmón de manzana, con muchísima suerte con un balcón de 4 m2, enrejado y aislado de cualquier atisbo de naturaleza más allá de una o dos palomas o los árboles tiznados del escape de los autos que transcurren por la calle.

48435816670072034310826468930294070353301350539819138864276550712766308719637.jpgA veces este es el único acceso al aire libre que algunos afortunados poseen. Otros, ni siquiera esto.

Son estos días en los que la gente maldice no tener un lugar donde respirar aire puro, un pequeño espacio privado donde poder disfrutar de la naturaleza o de la fresca brisa otoñal que atisba estas semanas. Los que tenemos un pequeño patio, podemos saciar levemente esta necesidad, pero no todos tenemos esto que ahora muchos llaman un «privilegio». Que la gran mayoría de los residentes de una ciudad lo hagan en una caja de zapatos con agujeros indudablemente provocó que, a partir de ahora, éstos se vean obligados a admitir la importancia de vivir en viviendas ventiladas, con luz natural, acceso al aire libre y con una estética sensible que no nos haga pensar que vivimos en un container o una prisión.

Quizás el arquitecto alemán de la Neue Sachlichkeit, Fritz Schumacher, fue quien nos condenó a esto. O quizás fue Le Corbusier con sus postulados de eficiencia nocivos y anti-humanos. Es en esta situación atípica que muchos están comenzando a comprender los problemas que instauraron los postulados modernistas en la arquitectura en su afán de llevar al extremo la eficiencia y la austeridad, dejando de lado incluso atributos que hacen de la vivienda un componente humano. Claramente, si tenemos que buscar culpables, este artículo sería interminable. Desde las academias que priorizan la vivienda colectiva —según el modelo de Le Corbusier, sin los atributos que mencionamos antes— como parche a esta solución, hasta las pésimas políticas de urbanización de los representantes del gobierno que delinean los códigos de planificación urbana, los residentes urbanos son esclavos de la negligencia de unos pocos. Como dijimos en ¿Por qué odiamos los monoblocks?, la gente común es esclava del elitismo intelectual de los arquitectos que se enfrascan en besar los anillos de Le Corbusier y Walter Gropius. La solución no está ahí, colegas.

¿Es un desafío construir vivienda buena en un contexto de sobrepoblación, falta de infraestructura que la soporte y una especulación inmobiliaria alejada de cualquier espíritu urbanista? Lo es. Pero por dormirnos en ese desafío es que vivimos en un paradigma único en el mundo donde densificar parece ser la única solución y construir cuatro casas en lugar de cuatro departamentos apilados es visto como algo anacrónico.

Hace siglo y medio otra crisis sanitaria terminó de fundar la mutación urbana más importante de las ciudades del país. La epidemia de fiebre amarilla de 1871 sentó las bases del higienismo urbano, abriendo calles, eliminando los conventillos y todo tipo de vivienda sobre-densificada, creando una infraestructura monumental para el abastecimiento de agua potable y el tratamiento de efluentes, además de instaurar una nueva concepción de la arquitectura y del urbanismo bajo los preceptos del racionalismo europeo. Al mismo tiempo, la ciudad se vio obligada a expandirse como solución a esta densidad nociva. Quizás esta no sea la solución para este momento de la historia, pero definitivamente lo fue para este contexto.

¿Cuál es la solución entonces? Desde la arquitectura, rebelarse contra la academia. No hay que construir departamentos de 20 m2 para cumplir con lo que quiere el cliente, sea este un desarrollador privado o el Estado. Desde el mercado, propiciar que la oferta cumpla con la demanda y que esta voluntad popular de vivir en viviendas decentes sea el canon normal. Desde lo gubernamental, dejar de pensar al Área Metropolitana de Buenos Aires como una serie de anillos concéntricos mas como un conjunto encadenado de éstos, y endurecer los límites de densidad en base a esa concepción. Mientras las academias, el mercado y el gobierno funcionen bajo la misma mentalidad, se enfrasquen en pensar a la vivienda como un accesorio, y limiten a la ciudad dentro de sus propios límites, vamos a seguir viviendo en pequeñas cárceles. Pero hasta que esto pase, faltan años de cambio cultural. Hasta entonces, maldigamos al modernismo y dejemos de avergonzarnos al enunciar sus falencias. No hay peor ciego que el que no quiere ver.

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