Buenos Aires Open House: mirada personal y experiencia

Este fin de semana tuve la oportunidad de participar como voluntario del mayor evento de arquitectura y urbanismo del país. Llevado a cabo durante un fin de semana de octubre, el Buenos Aires Open House es un festival destinado para cualquier persona que desee visitar edificios de la ciudad que en otras ocasiones corrientes no estarían abiertos al público general, de manera gratuita.

Organizado por la asociación civil sin fines de lucro de CoHabitarUrbano, esta edición del Open House contó con aproximadamente 120 edificios seleccionados por su valor arquitectónico, urbanístico, patrimonial y cultural y que cuentan con la característica en común de que normalmente no pueden ser visitados de manera tan accesible como la que propone este evento. La idea nació en Londres y fue rápidamente duplicada en Melbourne, Roma, Madrid, Nueva York, Chicago y, recién este año, también en Rosario.

Como uno de los 650 voluntarios, mi rol fue el de, primero, interiorizarme en los detalles del edificio que se me fue asignado tanto a mí como a mi equipo, que en este caso fue el hotel boutique Los Patios de San Telmo, en la calle Chacabuco 752. Un edificio que otrora fuera uno de los tantos conventillos porteños del barrio de San Telmo, el estudio Neumann Kohn se encargó de realizar una puesta en valor y restauración en el año 2009, conservando y reciclando los materiales originales e intentando que la revalorización fuera lo más sensible posible. Asímismo, el proceso se encargó de ser lo más sustentable posible, implementando políticas de ahorro de energía así como de utilización de productos y materias primas eco-amigables.

DSC_3197.JPG©Juan I. Kinder

El ex-conventillo conservó su distribución característica y su eje de tres patios consecutivos, los cuales funcionan como articuladores de la vida comunitaria y de intercambio cultural, y que fueron ambientados con piezas de arte de diseñadores y artistas argentinos. El proyecto fue distinguido con el Segundo Premio en el primer concurso a las Mejores Intervenciones en Edificios Protegidos de la ciudad organizado por el gobierno porteño.

Este edificio me llamó la atención por ser capaz de mantener una estética armónica en lo que es la identidad cultural de San Telmo. La fachada se mantuvo intacta —excepto por las vidrieras incorporadas correspondientes al bar del hotel— y, por ende, cumplió con una de las características más importantes que como restauración debía obedecer. La fachada fraterniza y se solidariza con sus vecinas, y solo discute visualmente con el edificio de propiedad horizontal insertado a diez metros y con un estacionamiento situado frente a ella.

Al ingresar, no pude evitar impresionarme por la gran sensibilidad que primó al momento de tomar las decisiones que llevaron a realizar la restauración: el espíritu original del edificio se mantiene, y uno es capaz de leer entre líneas no solo el conventillo sino también la casa que albergó antes de éste. Es posible adivinar todo el pasado de Buenos Aires a través de las baldosas, el intertrabado de los ladrillos y el trabajo de herrería. Lo único que nos remite al presente y nos permite realizar esta reflexión es la tecnología contemporánea y la incorporación —en mi opinión, innecesaria— de materiales industrializados y muebles kitsch. Sin embargo, más allá de que la ambientación no sea evocativa de manera literal, el espíritu está presente y es por esto que mi crítica es relativamente positiva para este proyecto que, en lugar de decidir tirar abajo el inmueble y construir un adefesio racionalista desde cero, decidió mantener la identidad estética y cultural de San Telmo y revalorizarla de manera sensible para los nuevos usos que propone.

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Mi segundo rol como voluntario fue el de realizar las tareas operativas del evento: dividir y administrar los roles con mi equipo, registrar a los visitantes en la entrada, guiarlos por el edificio, asegurarme de que su visita fuera lo más productiva posible y, lo más importante, no cerrarme en el rol de guía. El espíritu del evento justamente intenta desprenderse del común denominador de las visitas turísticas, e invitar a los visitantes a aportar su mirada y opiniones. Como voluntario, mi rol era también el de integrar a todo aquél que quisiera participar del recorrido y darle una voz para que participe en el intercambio de ideas y opiniones que fortalecen el recorrido y la experiencia en sí.

Como voluntario también gocé del privilegio de ser capaz de visitar el resto de los edificios participantes del evento sin la necesidad de inscribirme previamente. De esta manera, tuve la oportunidad de visitar varios edificios que siempre quise visitar (como el Edificio República, la Casa Calise, la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires y los miradores del Edificio Miguel Bencich y de la Galería Güemes, entre otros) pero que en otras ocasiones no hubiera podido hacerlo.

DSC_2961.JPGVista de Florida y Diagonal Norte desde el mirador de la Galería Güemes. ©Juan I. Kinder

Creo que este tipo de eventos es justamente lo que necesitamos hoy en día, y por varias razones. La primera y más importante: la de devolver la arquitectura y el urbanismo a los ciudadanos. Todo vecino, transeúnte, turista, empleado y político es actor de la ciudad y como tal le pertenece en cierta medida. Cada actor de la ciudad la apropia de manera distinta, y casi siempre es a través de sus espacios más públicos (la calle, la vereda, la plaza) y nunca por medio de sus espacios restringidos o privados. Que el actor de la ciudad sea capaz de conocer un poco más de ella a través de este tipo de eventos hace que la arquitectura y el urbanismo cobren un protagonismo mucho más fuerte en él y éste sea capaz de darle valor y sentimientos. La arquitectura es capaz de penetrar en las emociones y el conocimiento de las personas de una manera mucho más fuerte y eso hace que su valor crezca y deje de ser vulnerable a las políticas que quieren destruirla.

DSC_3052.JPGVisitantes en el Edificio de Rentas Bencich. ©Juan I. Kinder

La segunda razón, es que este evento acerca a los estudiantes de arquitectura, ingeniería y urbanismo de la región; los conecta y los obliga a debatir sus opiniones y pensamientos respecto a las sensibilidades e ideologías que cada uno de ellos posee, y eso fortalece al colectivo imaginario presente en la construcción de la arquitectura, que muchas veces por falta de discursos cae en la repetición y falta de originalidad que criticamos periódicamente. El diálogo y el intercambio de ideas que este evento propone fortalece a la arquitectura desde su concepción primigenia y la renueva. Y no solo a través de los estudiantes o profesionales de la arquitectura, el urbanismo, la ingeniería o carreras afines, sino también mediante la inclusión de los individuos pertenecientes a otras disciplinas.DSC_3095.JPGCasa Calise, del arquitecto Virginio Colombo. ©Juan I. Kinder

La tercera razón, y no por ello menos importante, es la oportunidad que se brinda para que edificios con una gran calidad estética sean capaces de ser conocidos y admirados por la gente. Lamentablemente, las obras que mejor representan los valores estéticos que debemos recobrar son las que menos accesibilidad al público poseen (como la Legislatura de la Ciudad, la Casa Calise o el Palacio de Aguas Corrientes, por nombrar algunos). Esta es la oportunidad de popularizar e integrarlos en la sociedad para que la misma incorporación de la estética en la ciudadanía sirva como articulador de una conciencia que hemos perdido acerca de la identidad que hemos tenido y de la que queremos tener.

Es por esto que mi opinión respecto a este evento es más que positiva. No se me ocurre ningún tipo de razón por la cual el Open House puede ser un evento «negativo» debido a que contribuye de manera multidimensional al desarrollo de la arquitectura y de la ciudad en la sociedad, y que siento que debe seguir manteniéndose vigente durante muchos años para que, como dijimos antes, podamos seguir cuidando nuestro patrimonio y tomando conciencia del valor de nuestra arquitectura y nuestro urbanismo y ser capaces de defender y criticarlo.

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